Antonio Fernández Lun Abr 27, 2009 5:57 pm
Miró al reloj de su muñeca cuando hubo llegado a la puerta, intentando normalizar su respiración. Había salido pitando de su casa, alarmado al fijarse en la hora que era. Ahogó un suspiro. Pero por lo menos había llegado de una pieza. Inspiró hondo y se puso su mejor sonrisa, dirigiendo la mano al pomo de la puerta.
-¡Siento llegar tar...!
No, si definitivamente, saltar del sofá como si le hubieran pinchado el culo, no le había servido para nada. Encima que había sacrificado diez minutos de su siesta -¡diez gloriosos minutos!-, se tenía que destrozar el pecho por algún descerebrado que iba corriendo sin mirar. Y luego decían de él.
-Joder -dejó escapar, esbozando una sonrisa casi inmediata, a pesar del dolor-. Perdona, ¿estás... bien? -parpadeó, al fijarse en quién era-. ¿Manuel? ¡Manu! -exclamó, dedicándole una sonrisa radiante, intentando ocultar el nerviosismo-. Bueno, bueno, cálmate -rió por lo bajo, tratando de calmar el mal humor del venezolano. ¿De dónde había sacado tanta mala leche? Seguro que de él, no.
Ensanchó la sonrisa al escuchar los insultos del más pequeño.
-Venga, hombre, tranquilo. ¿Ves? De los nervios que tienes, hasta se te olvida la geografía -dijo, riendo alegremente. Le palmeó escuetamente la cabeza, casi con burla-. Te recuerdo que soy español, no gallego. Galicia se enfadará si se entera de que la utilizais para insultarnos. Y no la quieres ver enfadada, ¿verdad? -y volvió a sonreír, todo dentadura-. Sudaca -masculló entre dientes, sin perder la mueca falsamente alegre.