Playa. Cancún, Quintana Roo

Playa, Cancún.

El sonido de las olas al chocar con las rocas y la arena, retumbaba en sus oídos mientras conducía por la gran avenida principal de Cancún. El joven moreno se acomodo sus lentes negros, antes de mirar la hora en su celular.

Las doce de la tarde.

Pedro, acelero, al percatarse que le quedaban unos veinte minutos, para la llegada del vuelo que venía de España. Sonrió, al darse cuenta que le vería de nuevo.

Había pasado casi un siglo en que no se habían encontrado con aquella persona que le enseño muchas cosas nuevas y desconocidas. Pedro, era realmente muy feliz, al comprender que Antonio y él podrían pasar algún tiempo en ese paradisiaco lugar.

Estaciono el auto en el aeropuerto. Bajo rápidamente, junto con un gran cartel. Camino presuroso, entre todas la gente que salía y entraba. Tomo un poco de aire, al encontrar la la entrada por donde saldrían los pasajero. Pedro, emocionado extendió la cartulina de colores que decía:

“Bienvenido, Antonio”

La apretó con fuerza, al comprender que en unos cuantos minutos… podría abrazarle.

Clavó los ojos casi con actitud psicópata en la nuca del señor que iba delante de él. Una de dos, o él iba muy lento, o tenía mucha prisa. Normalmente habría esperado a que la cola se moviera, acostumbrado a los muy corrientes atascos de gente en las tiendas, o en la calle mismo. Intentó calmarse, poniendo su mejor sonrisa. Al mal tiempo, buena cara, chico.

Se recordó mentalmente por qué -o por quién- estaba ahí, y no pudo evitar que la, en principio nerviosa y forzada sonrisa, se deformase en una completamente idiotizada.

El señor, por no llamarlo de otra más ofensiva en su mente, se desplazó junto con las demás personas. Camino libre, por fin.

Suspiró hondamente, afianzando la presión en el asa de la maleta con energía; girando el cuerpo, cubriéndose los ojos -a pesar de llevar gafas de sol- con el dorso de la mano, buscándole.

Cómo pasar por alto la colorida pancarta.

Estiró sus labios todo lo que pudo, feliz y nervioso al mismo tiempo.

-¡Pedro! ¡Aquí, yo, Antonio! -gritó, intentando hacerse oír enmedio del bullicio de la gente. Agitó los brazos sobre su cabeza, dando un pequeño -y extraño- salto-. ¡Peeedro!

Podía ver que la gente salía de aquella entrada, él desesperado buscaba con la vista, si es que de pura casualidad Antonio hubiese salido ya, sin que él lo hubiese notado. Pedro se mordió el labio inferior, pensado en lo torpe y despistado que podía llegar ser. Entonces, sin saber, pudo escuchar su nombre.

Antonio le gritaba desde atrás de un sujeto. Sonrió, al verle brincar emocionado. Dejo la pancarta a un lado, y sin pensarlo mucho paso a todas aquellas personas, y se abalanzo sobre él.

—Te he echado tanto de menos –le dijo con acento entre alegre y angustiado-, Te he echado tanto de menos, Antonio –susurro cerca de su oído.

Pedro no puedo evitar llorar. Sentía tantas cosas en ese momento. Felicidad, al percatarse que él se encontraba de nuevo en su propia casa. Y, un poco de angustia, al tener en cuenta que su despedida había sido abrupta y forzada.

El moreno no pudo más que limpiarse las lágrimas que se desprendía como torrentes. Le miro a los ojos… y dejo escapar la más grande y sincera sonrisa.

—Bienvenido… -dejo escapar-

Si era sincero, la reacción de Pedro pensó que iba a ser la suya. De todas maneras, le encerró en un abrazo cuando lo sintió chocar contra él, dejando que la maleta resbalara de su mano hasta el suelo.

-Hey -murmuró contra su pelo, con voz ronca-. Vamos, no es para ponerse así... -soltó una risa airosa contra su cabeza, pasando con calma la mano por su espalda, tranquilizándole como podía-. Yo también te he echado de menos, Pedro -añadió, un poco más bajo.

Le tomó por los hombros, alejándolo de él. Le limpió las lágrimas que estaba tratando él mismo de borrar, dibujando una sonrisa entre alegre y melancólica.

-Has crecido -le dijo, haciendo una mueca-. ¿Dónde está el chiquillo que se ponía de puntillas para que le diera un abrazo? -bromeó, resistiendo las ganas de asfixiarle en uno.

Le revolvió el pelo, divertido.

Echó un vistazo a su alrededor, admirando el lugar con detenimiento.

-Qué bonito te ha quedado todo -se le escapó. Aunque sonase algo estúpido, no le importó demasiado. Era normal, después de todo, que sintiera al menos una pizca de orgullo por él.

Dio un hondo suspiro. El joven se limpio sus lágrimas, un poco más relajado ante las palabras que su “amigo” le decía. Sonrió, al escuchar decirle que antes debía pararse sobre las puntas de sus pies. Hace cuanto que no recordaba, la primera vez que se había atrevido a abrazarlo, y besarlo por su propia cuenta.
Pedro, asintió con su cabeza de forma afirmativa.

—Sí, todo ha estado prosperando poco a poco…-le informo-, sobre todo, pienso que las playas de este lado son bellas, y podemos aprovechar eso… ¿no? –le dijo, divertido.

Pedro le vio sonreír, eso le hizo sentir que Antonio había cambiando mucho más de lo que imaginaba. Se rasco la mejilla de forma nerviosa. Le tomo la mano, y con un poco de fuerza le jalo de aquella muchedumbre.

—Sera mejor salir de aquí… Iremos si te parece, directo a una casita que tengo por ahí… Te gustara, se puede ver todo el mar… y, se siente muy bien, cuando el aire cubre tu rostro… -le dijo-, veras que te gustara mucho este lugar…

Pedro le sonrió de nuevo…

—Antonio… me pregunto, si… El venir aquí, ¿no puede causarte problemas? –Pregunto un poco inseguro-. No me gustaría que los tuvieras por mi culpa…

Aquella frase era verdad, al entender que pese a todo, cada uno tenía hasta cierto punto, a otros a quien darle explicaciones. Pedro comprendía la estrecha relación que tenia con Lovino, y él por su parte… No podía hacer mucho. No al menos que Alfred lo supiera…

Se detuvo, al ver su auto aparcado. Soltó la mano de Antonio, y busco sus llaves…

—Siempre olvido donde las dejo… -le dijo, un poco nervioso por la emoción de tener mirando al español cada movimiento suyo…

Bajó la vista hasta el calor que cubrió de improvisto su mano. Se sentía extraño, pero no por ello era desagradable.

Agarró la maleta de nuevo. Se sonrió, dejándose guiar a través de la gente. Qué rara sensación esa de permitir que otro le ayudara a avanzar. ¿Así se habría sentido cuando estuvo con él? Negó con la cabeza levemente. No era tiempo para pensar en nimiedades de ese tipo, pensó.

Asintió con la cabeza, oyéndolo hablar sobre no sé qué llevarlo a una casa. Aunque, sinceramente, no le estaba escuchando de verdad. Ver la manera en cómo se le movía el pelo al caminar era más entretenido. Pese a las grandes probabilidades de quedarse con cara de imbécil si pasaba así demasiado rato. Absurdo, pero cierto.

De pronto, los ojos cafés cambiaron completamente. Se avergonaron, o algo parecido.

-... ¿Qué problemas me va a traer, hombre? -rió, más tranquilo. Se había esperado lo peor. Tomó entre sus dedos la suave piel de la mejilla del menor, estirándola con algo de cariño-. No pongas esa cara, que preocupas a la gente -sonrió abiertamente.

Suspiró, sin dejar el gesto divertido, esperando a que encontrase las llaves.

Pedro le miro directamente. Dejo escapar un sonoro suspiro, al sentir como sus mejillas dejaban de ser apresadas.

— ¡Las encontré! –Exclamo, alegre-, ¿Te gustaría conducir? –pregunto de pronto al tiempo de señalarle con las llaves que subiera del lado del piloto-, digo, si es que te place… -le dijo.

Pedro se rasco la mejilla un poco sonrojado, tanto por el calor, como por el sentimiento de saber que empezaría una aventura nueva, junto a alguien que juro por un momento que jamás lograría volver a ver.

Le quito la maleta que traía Antonio de la mano, la dejo caer en la parte de atrás del carro. Se acomodo sus cabellos oscuros, y con acento alegre, le pregunto:

— ¿Me enseñarías a nadar?

Rio nervioso al saber que él había aprendido tanta cosas… ¡excepto! El nada… Pedro se sintió estúpido por aquella confesión, pero, en definitiva, si alguien debía enseñarle, ese debía ser sin duda Antonio

Contempló algo extrañado las llaves en su mano.

-¿En serio? -preguntó, sonriéndole de manera emocionada-. ¡Genial! -casi gritó, corriendo hacia el asiento del conductor, entregándole la maleta sin medir la fuerza.

Se acomodó en el sitio, dando un pequeño bote mientras ponía las manos sobre el volante. Rió algo sobre lo cómodo que era.

Giró la cabeza, intentando verle por la ventanilla contraria, al escucharle hablar.

-¿Eh, enseñarte a nadar? -contestó, cerrando la puerta de su lado. Se le escapó una risilla al imaginarse su cara avergonzada-. ¡Claro, hombre! Ahora vamos, entra, vamos -dio varias palmaditas en el asiento del copiloto, sonriendo de nuevo con emoción.

Si ya le había enseñado tantas cosas, ¿qué más daba una más?

Confiaría en todo su autocontrol para ello.

El sonido del motor, le hicieron perderse en sus recuerdos. En esos, donde el gran Antonio le enseñaba su lengua, y le pasaba día tras día sus conocimientos del mundo.
Pedro sin saber río.

Dejo caer su cabeza en el respaldo del asiento, dio un hondo suspiro. Aventó el sombrero a la parte trasera, junto a la maleta de Antonio. Se acomodo de nuevo sus cabellos oscuros, y se viro hacia el español.

Recargo su cabeza en el hombro, y en silencio contemplo la carretera que tomaba el mayor.


—Vete derecho –dejo escapar-

Cerró los ojos por unos instantes, perdiéndose en el olor de la colonia del que le había conquistado.

—Hace… hace tiempo que no me perdía en tu aroma –le dijo-, ¿me has extraño? –pregunto con simpleza-

Se sonrió, sintiendo un peso sobre su hombro que identificó enseguida como la cabeza de Pedro. Olía bien, pensó.

Soltó con suavidad el aire por la nariz, distraído en mirar con curiosidad a todo con lo que se encontraban sus ojos verdes. Eso incluía también, por supuesto, el echar miradas fugaces al retrovisor para mirar cómo se enredaba la maraña de pelo castaño en su camisa.

La voz de Pedro interrumpió de improvisto su improvisado mundo feliz interior. Inclinó levemente un lado de la cara para escucharle mejor.

-¿Derecho? -echó un vistazo a la carretera-. Claro, tú ve indicándome, que me pierdo... -murmuró, distraído, prestando atención al momento de girar el volante y seguir por donde le había dicho.

Casi le dio un vuelco el estómago al escuchar lo que vino después.

¿Que si le había echado de menos? Antonio hizo una mueca amarga. Eso era poco. No tenía ni idea de lo mucho que le había echado en falta; además de a todos sus niños, claro, pero con él era diferente. Pero le daba algo de miedo el cómo reaccionarían cuando los volviese a ver. No había sido un santo, precisamente.

Recompuso una sonrisa con algo de ternura.

-Pues claro. ¿Acaso lo dudas, Pedrito? -replicó, haciendo un poco de dramatismo-. ¡Tanto tiempo sin ver a mis pequeñajos es mortal para la salud! -continuó, disfrazando el nerviosismo con una risa airosa y animada.

El aire que se colaba por la ventanilla, le hacia sentirse un poco más relajado, el escuchar cada palabra que le decía el español, le hicieron pensar que era como en los viejos tiempos.
Abrió los ojos un poco, al ver como su semblante jovial se amarga por unos instantes, Pedro se sintió culpable, por preguntar cosas que tal vez a Antonio le incomodasen.

Le sonrió de la misma forma que el chico mayor lo hacia…

—Lo sabes ¿no?, ya no soy un niño, Antonio –dejo escapar, al igual como un suspiro cansado.

A pesar del tiempo que había transcurrido entre ambos, y al saber que, pese a todo Antonio le consideraba, aunque fuera desde la distancia, le hacían sentirse, ciertamente especia; pero, lo único que nunca había llegado a comprender, era esa idea absurda de referirse hacia su persona como un “niño”.

¿Qué Antonio no veía que él no le veía ni como un padre, mucho menos un hermano, o alguien de mayor edad?

-Eres un tonto… -susurro, un poco enojado-, Da vuelta en esa esquina, después… lograras ver una pequeña palapa… Ahí es donde nos quedaremos… -informo.

Pedro no pudo más que girarse a mirar el retrovisor, tratando de ocultar aquel sentimiento de confusión al saber que Antonio… le veía siempre le veía como su niño pequeño.

Entornó los ojos mientras sonreía y los hombros se le agitaban en una risa silenciosa.

-¡Claro que sé que no eres un niño! Ya no te pones de puntillas para pedirme un abrazo -repitió lo dicho en el aeropuerto, sientiendo una leve oleada de nostalgia-. ¡Si sigues creciendo así, me pasarás de altura! -bromeó, intentando amenizar el gesto de cansancio de Pedro.

Era obvio que ni de lejos era un niño. Pero él se quería convencer de que sí, de que continuaba siendo su niño pequeño; al que no siempre había tratado bien y que aparentemente -cosa que le sorprendía, y mucho, además- no le guardaba rencor por ello. O eso aparentaba.

Eres un imbécil, se dijo. Si está ahí contigo, algo quiere decir.

Y si no era cierto, era bonito engañarse.

Soltó una risa queda al oírse insultado. Si es que se lo decían por todas partes, no tenía remedio.

-Ya, bueno, pero es mejor ser tonto a parecerlo, ¿no crees? -preguntó, esbozando una sonrisa amable, aunque fuera una total indirecta-. Hm, sí, ahora giro la esquina esa y listo... -murmuró, con fingido tono despistado, riéndose mentalmente.