Acomodo el florero en la estancia de la mesa, mientras de su boca dejaba salir un silbido alegre. Cuando hubo terminado de acomodar la rosa blanca rebelde en el jarrón, se viro hacia la puerta, esperanzado que su invitado tardare un poco más. Realmente su casa no se encontraba muy ordenada, y aun sabiendo que le llevaría horas y horas en dejarla reluciendo, se le había ocurrido la noche anterior echarse el maratón de películas de terror. Se froto los ojos con un poco de cansancio, antes de terminar de aspirar la alfombra de su departamento.
—… Debo darme un baño –dejo escapar.
Pedro, reviso todo rápidamente, y al percatarse que todo se encontraba un poco más ordenado, dejo salir una sonrisita ladina. Se quito con rapidez el pañuelo de la cabeza, y el tonto mandil que había comprado un día de enero. Reviso el reloj cucu de la pared.
Era un poco más de las ocho de la noche. Y si no mal recordaba el amigo que esperaba llegaría pasando las nueve. Suspiro, antes de perderse en su pequeña alcoba.